Sunday, December 23, 2007

Las sandalias de Mery


Las sandalias de Mery

Samuel Bedrich


Hoy por la mañana, mientras hacía mi primera visita al baño, me encontré con unas sandalias desplazadas. Sí, los zapatos también sufren las acciones humanas de territorialidad.

Hace unos días meditaba que en efecto, el vacío no existe: tú tienes una botella llena de agua o de vino, pero cuando la destapas y absorbes el contenido, te queda una botella llena de aire. Si estuviera realmente vacía,tendrías un pedazo de plástico arrugado, no un recipiente. Igual sucede con los espacios de una casa: alguien los ocupa. ¿Recuerdas la Casa tomada, de Cortázar?

Pasó igual con lo que noté esta mañana: hasta el domingo (hoy es martes), pendía, en una silla de la habitación de al lado, una toalla en continuo proceso de secado. A un costado, sobre un viejo mueble, estaba una botella de champú con restos de líquido jabonoso, y en el suelo, estaban las sandalias. El resto de la habitación estaba ocupado por un viejo espejo octogonal malamente acomodado, unas cuantas prendas sin dueño, y aire. Era nuestra especie de desván.

Mery había hecho de él su espacio. Cuando terminaba sus diarias tareas en nuestro hogar (ahora ya no sé si deba llamarle casa, de lo invadido que me siento) subía y, cual ratoncito en casa de gatos, se refugiaba ahí para cambiarse y darse los últimos toques de feminidad después del baño. Era un buen sitio para preparar el ánimo antes de enfrentar las tres horas de vuelta a casa, trepada en no sé cuántos microbuses que la llevarían por el infierno contaminado de la Lima caótica.

Ayer el cuarto solitario sufrió una mutación. Después de haber estado abandonado por meses y ser un escondite perfecto -una especie de valle en las alturas-, fue ocupado por las prendas de una linda chica que se mudó a casa. Como la habitación que le corresponde fue insuficiente para sus cincuenta pares de zapatos y demás ajuar (al verlos, no pude evitar preguntarle si conocía a Imelda Marcos, pero su sonrisa de ignorancia universal lo dijo todo), tuvo que venir a desalojar el aire y llenar su espacio con consumismo moderno.

La toalla cuelga hoy del tubo de la cortina del baño, las chanclas yacen en el piso junto al retrete, y la botella de champú fue botada sobre la única repisa del tocador. El desván se ha convertido en un enorme clóset… del espejo gastado, no queda rastro.

Me pregunto qué pensará Mery de todo esto. Lo más seguro es que no me lo diga: creo que prefiere no armarse líos, sobre todo cuando sabe que su trabajo y permanencia en esta casa estarían en juego.

Lo peor de todo, es que no puedo dejar de pensar que entre lo que sucedió en casa, y lo que pasa allá afuera con las tierras de los menos favorecidos, sólo cambia el tamaño de la superficie.

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