Saturday, May 12, 2007

El florero tuvo la culpa

El Florero tuvo la culpa
(Artículo Tiempos de Reflexion abril)
Samuel Bedrich


Es (o era) costumbre que en la cultura latinoamericana acudamos al vecino o al pariente en busca de ayuda para solucionar nuestros problemas. No en vano la solidaridad latina es vista con asombro desde la óptica de otras culturas, donde, si uno carece de una moneda para abordar el autobús, tendrá que caminar, porque pedirle al vecino, ni soñarlo.

Hay, sin embargo, ocasiones en que ese modus operandi de auxilio y amistad se encuentra con almas malas y desconsideradas que no están dispuestas a regalar una taza de azúcar o a prestar los cubiertos elegantes que requerimos para agasajar a nuestros invitados. Eso le pasó al señor Antonio Morales.

Este hombre acudió, en compañía de su hijo, un buen día de julio (el día 20, en 1810) a visitar a su vecino, el señor José González Llorente, con el objeto de solicitarle, en calidad de préstamo, un bello florero que le serviría para el decorado del aposento en ocasión de una fiesta que daría.

Hemos de precisar esta historia, y decir que los señores Morales eran criollos habitantes de la Nueva Granada, mientras que don José era un comerciante (exitoso, se presume, pues su establecimiento se encontraba justo frente a la plaza principal de Santa Fe de Bogotá, entonces capital del virreinato de la colonia en cuestión), radicado en América, pero de origen español, es decir, de la madre tierra.

Pues bien, sucedió que una vez que estos dos gentiles caballeros acudieron al negocio del español e hicieron la solicitud (uno se imagina que en la época la gente hablaría con mucha propiedad, vestiría hermosas redingotas, elegantes sombreros y bellas camisas con muchos olanes) de préstamo del florero, se encontraron con un señor González de muy mal humor (en las tinieblas de los tiempos se ha extraviado la razón para este súbito y brusco cambio de carácter) que lejos de consentir a que su jarrón fuese objeto decorativo en la casa de los vecinos, les echó en cara su origen racial impuro: que si eran españoles de segunda calidad, que si los criollos se estaban pasando y queriendo inmiscuirse en historias de europeos, y toda una sarta de frases altisonantes que dejaron a los Morales ojiacontecidos (imaginémosles con unas órbitas gravitando a la altura de sus narices), pero no mudos, ni mancos, ni mucho menos estáticos.

Don Antonio (que suponemos de un carácter frío y suave pues, si no, una reacción violenta no habría sido sorpresa para el historiador), tremendamente compungido y probablemente ofendido, porque además el regaño le había sido hecho frente a su vástago, montó en un arco iris de colores (de esto tampoco nos relatan los historiadores, pero cualquiera con un poco de experiencia en préstamos rechazados lo podría confirmar), encontró que la mejor respuesta a este griterío infame, grosero y denigrante, era llevar su reacción al uso de la fuerza, no del verbo, sino del físico, y acá tenemos entonces a dos hombres en la calle principal de Bogotá dándose un par de bofetadas, tres puntapiés y cuatro trompadas.

No se sabe quién recibió más golpes, si los rostros sufrieron tersos moretones o si alguno rasgó su ostentoso ropaje, pero sí que la situación no se quedaría así: don Antonio Morales convocó entonces a los suyos -otros criollos del barrio- y les dijo que no era justo, que ya muchas faltas de educación habían soportado de esos peninsulares que creían que tenían el control sobre los santafereños, y que no podían doblegarse más ante los que ni siquiera un florero les prestaban. Inútil decir que los amigos estuvieron de acuerdo y en represalia iniciaron la gesta de independencia de la Nueva Granada. Simón Bolívar, como se puede apreciar, no figuraba aún.

Habrá quien considere esta historia una exageración, pero recuérdese que años antes, el 4 de julio de 1776, en el norte del mismo continente, en algún puerto de las entonces trece colonias, unos hombres habían echado por la borda unos cuantos costales de té y que ese fue el comienzo de la famosa independencia que habría de culminar formando la nación de las barras y las estrellas. De estos ejemplos, está llena la historia.

Sabemos, por otro lado, que la realidad dista siempre de estas historias románticas en que un suceso mínimo ocasiona un alud: hasta en el Himalaya tiene que desprenderse una roca helada de muy buen tamaño para causar una avalancha de amplias consecuencias. La vida nos ha enseñado que los grandes cambios corresponden a una suma de factores: si Roma no se hizo en un año, tampoco se solucionaría el problema de Chiapas en 15 minutos, ni Irak se pacificaría en seis meses; Chávez no llevará el comunismo a Venezuela en un lustro, ni Uribe desmovilizará a las fuerzas en pugna de Colombia en dos periodos presidenciales. Pero los medios, ¿qué es lo que nos dicen? La fuerza informativa de hoy nos quiere convencer de la prontitud de los cambios y no sólo eso, sino que nos quieren imponer una realidad muy propia.

En estos días he tenido la oportunidad de constatar precisamente estas últimas aseveraciones: la prensa internacional parece muy preocupada por advertirnos de la amenaza comunista en Venezuela, diciéndonos que Hugo Chávez está empeñado en transformar al país, y que no sólo en su nación, sino que está influyendo en toda la región; por otro lado, en los medios se habla del gran éxito de Álvaro Uribe en la desmovilización armada de Colombia, al grado de que se le pone como una gran figura de la pacificación.

Casualmente, cuando uno tiene la oportunidad de visitar la tierra de Bolívar, constata que el mundo comercial está muy activo: el whisky se consume en grandes cantidades, el parque vehicular se renueva prestamente (con el precio de la gasolina, la gente no tiene empacho en comprar grandes camionetas de 6 y 8 cilindros) y las tiendas de autoservicio, restaurantes y centros de diversión están casi todo el tiempo colmados. Muchos justifican esta situación diciendo que en vista de la devaluación del bolívar (la moneda), las personas prefieren comprar artículos a guardar el dinero en el banco. Sí, es cierto que el presidente que promueve el socialismo del siglo XXI comete también muchos errores en varios de sus programas y apuntando a tantos militares en el mando civil, pero también es cierto que hay una masa en nuestros países que sufre de una desatención absoluta, incluso en sus necesidades básicas elementales (las mismas que contempla la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, que difícilmente alguien podría negar hoy en día).

Lo que parece no es exactamente lo que sucede. En este país existen muchos que aman (literalmente) a Chávez, y otros que lo aborrecen (también literalmente). ¿Quién tiene la razón?
Al lado occidental de la frontera venezolana se encuentra otro país: Colombia. Una nación que sufre desde principios de siglo de grandes problemas sociales: una historia de liberales, conservadores, guerra civil, derechos violentados, sueños de una nueva república y esperanzas que se diluyen en la medida que pasan los periodos presidenciales.

En la prensa internacional se nos muestra a otro líder, el presidente Álvaro Uribe. Un hombre que sufrió en carne propia los estragos de la guerrilla (se dice que su padre fue asesinado por estas fuerzas) y que juró venganza por esto. Hoy en día, se nos habla de una Colombia que enfila por buen rumbo, directo hacia el mundo moderno. Pruebas, hay muchas: la actividad guerrillera se ha reducido, el tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos está cerca de ser firmado, las exportaciones y las visitas de los turistas aumentan; en fin, una serie de calificativos que nos hacen pensar que la solución para un país pareciera estar, no en la negociación con las fuerzas opositoras, sino en su aniquilación.

Sin embargo, cuando uno platica con la gente de la calle, el señor Uribe deja de ser esa blanca paloma que nos muestran las imágenes mundiales: para muchos, el país sólo está en un impasse en que las fuerzas beligerantes se dan un poco de tiempo para el rearme y el reinicio de las hostilidades. ¿Será que lo que nos dijeron no es tan preciso? ¿Quién tiene la razón?

El mandato principal de la ética periodística lleva por nombre objetividad, y sin embargo es una de sus características más escasas: pareciera que hoy en día no somos informados, sino aleccionados. La rápida vida que llevamos nos obliga a ver las noticias en cinco minutos, mientras devoramos nuestro desayuno, o unos minutos antes de ir a dormir. Atrás se han dejado los tiempos en que las personas se reunían en un café y discutían, cada uno con un periódico distinto, sobre la actualidad: en esos mismos sitios se iniciaban las polémicas, discusiones y alegatos. Lejos han quedado aquellos días en que las personas emitían sus opiniones sobre bases sustentadas en análisis más profundos. Hoy, la población en general sólo absorbe un poco de información y basa en ella su opinión y decisiones.

Visitar Colombia es sinónimo de riesgo, de secuestro o de bomba, y ser colombiano equivale a ser un traficante o un terrorista (y si no, basta con ver el número de países en el mundo que les requieren una visa para ingresar a sus territorios); igual que hablar de ETA o del ERI es simplemente referirse a movimientos terroristas (eliminándoles todo el tinte político que les dio origen y que es la razón de su actividad).

En "Las lanzas coloradas", un libro de Arturo Uslar Pietri, escrito en 1931, en que relata la independencia de Venezuela, hay una escena que pasa en la calle: un hombre lee un edicto en que se acusa a Miranda (uno de los primeros insurgentes) de traición a la corona: se muestra a la concurrencia su retrato, en el que se le ve como un hombre muy feo. Esto contribuye a que el populacho emita una rechifla: "Mátenlo, no queremos a los traidores... y además es feo". Páginas más tarde, en una reunión de conspiradores de la república, se muestra otra imagen del mismo personaje, ensalzándolo como un gran héroe y por ende, haciéndole ver como un semidiós. En ese momento, los insurgentes se admiran de su heroísmo y belleza... ¿Los medios siempre han modificado la imagen de los personajes a su antojo?

Pareciera que ayer, como hoy, la masa continúa siendo ampliamente influenciable. En el siglo XIX era muy complejo tener acceso a la información, pues escasos eran los medios y no existían ni la radio ni la televisión: era una pequeña excusa para desconocer los sucesos diarios, pero en el siglo XXI (y miremos que sólo ha cambiado el "I" de lugar), podemos estar al tanto de lo que acontece del otro lado del planeta con sólo activar una tecla. El detalle es que seguimos sin preocuparnos por buscar y preferimos recibir lo que se nos expone ante los sentidos: mejor lo digerido que el esfuerzo de mascarlo.

Tristemente, esta simplificación de hechos, personalidades y nacionalidades es precisamente la que nos hace calificar las cosas sin mucho detenimiento, ni profundidad: todo funciona a nivel de opuestos: blanco-negro, bueno-malo, comunista-capitalista, beligerante-pacífico... Y al final, la que hace que muchos acepten que bastó de un florero para iniciar la independencia de la Nueva Granada.

1 comment:

Anonymous said...

este documento es realmente bueno deberia estar en mas sitios wed

felicitaciones a su creador y su espintaneidad al describir esta historia