Sunday, December 23, 2007
Sunday, November 25, 2007
La estatua del malecón jarocho

Don Vicente era querido:
Allá en el 2000 a todos nos convenció
era el caballero contra el dinosaurio malparido
a punta de votos y "ya, ya" la espada le clavó
Al PRI bandido, con nosotros los soñadores, destronó
Primero dijo "hola hijos..." cuando juramentó
Luego demostró su cultura y conocimientos: José Luis Borgues
Las botas, su cuate Bush, y hasta al Papa el anillo le besó
Luego vino Marthita, los Bribiesca y pensamos "¡Cómo no distingues!"
Paso a paso, en su propio laberinto se enredó
"¡Ya vete, Vicente, sé coherente!" Pero no, no entendió
A su delfín, otro hijo desobediente, el tal felipillo
fraudulentamente, y con berrinche, nos envió
y ya ven, la voz del pueblo siempre apunta su gatillo
hacia el que con jeep, hummer, o casa, muestra que robó

Los dinosaurios también ponen huevos
y Chente mostró que también tenía la mano floja
¿Acaso no lo mostró la estatua?
Primero cayó de frente, jalada por su propio peso
después mostró cómo torció el brazo
y esperemos que pronto sea el pescuezo
Porque ya no es tiempo de gente rata
lo que queremos son políticos que cumplan su mandato
no más estatuas con la "v" en alto
que se cuide doña Martha
... y ojo, Felipillo, que el pueblo ya está harto
Ocurrencia en C
Cuervos caen como candela colorada conquistando cada casa que queda. Cuando cuenten cuantos quintos quedan, comerán carroña: quemarán cuantos carros y cosas cuidó Carmona con cariño y codicia.
Como cualquiera, cada corporalidad quedará cómicamente convertida, cual cuerpo carcomido. Corroboren calaveras: conserven cuatro cartílagos cabales colocando cómodamente cabeza contra quimera, controlen canibalismos, concilien cualidades con caprichos: con conciencia coartarán crueldades y conseguirán caminar con caballerescas caras. Conjuren calamidades, congenien corazones
Colectivo conciencia, con C
Saturday, May 12, 2007
El florero tuvo la culpa
El Florero tuvo la culpa
(Artículo Tiempos de Reflexion abril)
Samuel Bedrich
(Artículo Tiempos de Reflexion abril)
Samuel Bedrich
Hay, sin embargo, ocasiones en que ese modus operandi de auxilio y amistad se encuentra con almas malas y desconsideradas que no están dispuestas a regalar una taza de azúcar o a prestar los cubiertos elegantes que requerimos para agasajar a nuestros invitados. Eso le pasó al señor Antonio Morales.
Monday, January 08, 2007
Literofagia
Literofagia
Samuel Bedrich
Tengo frío. La puerta está cerrada y nadie ha venido a verme. Ni siquiera me han prestado un periódico… hace horas que quiero leer.
Desde que tengo uso de razón he tenido una predilección por las letras; mis hermanos se ríen de mí cuando recuerdan que de niño, me aferraba más a los cubos alfabéticos que a mis carritos; dicen que adolescente, prefería una enciclopedia a una mujer.
Pero no, no es que en mi infancia no me gustara jugar, sino que nunca fui capaz de despegar la vista de un texto. Y sin embargo, de ningún modo he sido un virtuoso de la escritura: jamás he podido redactar un ensayo coherente o un poema de amor que convenza. Es como si a través de mi pluma se expresaran todos los autores que he leído, mezclándose y luchando por ver cuál de ellos se impone en el papel.
Sé que es poco creíble, pero aunque pongo todos mis sentidos al componer, siempre hay algo que me hace una jugarreta. No hace mucho recibí la respuesta a una misiva que envié a la municipalidad: “comprendemos, Señor, su molestia por no tener textos más largos en los paneles de los paraderos viales, pero que ello no justifica su sarcasmo para autonombrarse El capellán de los reprimidos culturales”. No sé cómo escribí esa frase, seguro fue el fantasma de Garabombo.
Toda mi vida he querido ser puntual, pero los resultados son catastróficos: hago planes para arribar con un mínimo de anticipación, e invariablemente me retiene un texto, o dos, o tres. ¿Cuántas veces he olvidado bajar del ascensor por leer sobre el hombro de alguien que revisa un informe? Hace cinco días estuve a punto de ser golpeado por un niño que hojeaba sus tiras cómicas en el metro y que seguramente pensó que se las arrebataría. La madre me miraba como se ve a una bestia repugnante, y sólo cuando advertí que oprimía su bolso entre los brazos, me di cuenta de su pánico de verme saltar sobre el comic del pequeño, arrancárselo, y salir corriendo por las escaleras eléctricas del suburbano.
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